La casa de Fernando
Ese lugar que solo queda en la memoria
Haciendo un poco de memoria, los primeros recuerdos que tengo relacionados con Venezuela son tres: el diferendo limítrofe del golfo, los colombianos viviendo allá y la música de fiesta, esa que escuchaba cuando un vecino fiestero ponía las canciones de Pastor López, Los Melódicos y la Billo's. Sobre todo recuerdo esta: La casa de Fernando.
Esos tres recuerdos fueron presentados, modelados y depositados en mi subjetividad de una u otra manera por los medios de comunicación. Este hecho no es menor, si tenemos en cuenta que a través de ellos, tenemos una percepción de nuestro contexto, nos formamos una opinión y emitimos juicios, esos de los que en muchas ocaciones nos valemos para determinar lo bueno y lo malo, los comportamientos y las deciciones que tomamos en la vida.
En esos años, los 80, los medios me mostraron la relación Colombia - Venezuela en blanco y negro, y como piedrita en caja de cartón, el vaivén me llevó entre los hermanos venezolanos y los que nos quitan el golfo; entre su gusto por el vallenato colombiano y la planera a Alfredo Gutierrez, entre las glamurosas mujeres venezolanas en Miss Universo y las colombianas empleadas de servicio domestico en Venezuela. Tal vez por eso, durante mi niñez y adolescencia mi prevención hacia Venezuela fue mayor que mi simpatía.
Debo aclarar que crecí en una ciudad pequeña, de vocación agroindustrial, en donde los que venían de Bogotá eran recibidos con desconfianza, que rápidamente se transformaba en hospitalidad y amistad, después de relacionarse unos pocos días.
Pero así como mi visión en blanco y negro para lo que venía de Venezuela estaba instaurada, también en otros colombianos se estableció un preconcepto sobre los que nacíamos en mi ciudad o en otras. Yo era perezoso y lento, los costeños conchudos y bulliciosos, los paisas eran ventajosos y pícaros, los pastusos eran ingenuos y fáciles de engañar; y así para cada gentilicio existe un adjetivo que define, solo por pertenecer a un lugar geográfico, las características de un ser humano.
Después me di cuenta de que para los extranjeros, nosotros los que vivíamos en este gran espacio llamado Colombia, no éramos perezosos o conchudos, para ellos todos éramos narcos, sicarios, ladrones y putas, los chilenos eran cosquilleros, las brasileras fáciles, los franceses olían mal, y así para cada uno de los humanos existía un estereotipo. Y todo empieza sin darnos cuenta, normalizamos el hablar de un jóven de “mala” familia, tememos contratar a una persona de un barrio “peligroso”, no nos relacionamos con un indígena, por que es indígena, sin más; todos los muchachos que se reunen en la esquina son drogadictos, etc.
Generalizar, poner a todos en el mismo saco, esas son las máximas con las que procedemos, somos prejuicios, aún siéndo victimas de ello. No hemos interiorizado aún que nuestras características físicas, nuestro lugar de nacimiento y residencia, mi nombre, el idioma que hablo, la religión que practico o mi ateísmo, no determinan mis calidades como ser humano.
La alternativa al prejuicio y la xenofobia es la cercanía, permitirse conocer al otro, conversar, ser empáticos, ponernos en el lugar de quien tiene dificultades, pensar en qué haríamos en su situación. Familias enteras que necesitan ayuda, esperan encontrarla en nosotros, quieren una vida tranquila, trabajo, vivienda, amigos, sentirse cómodos, sin miedo; ya pasaron por bastantes dificultades en el lugar que abandonan. Este es un buen momento para poner en práctica nuestra solidaridad, quizás de eso dependa que la denominación que nos otorguen a los nacidos en este planeta no sea la de xenófobos.